La tortura destruye vidas. Sus efectos siguen dañando por años y años después de que el maltrato físico y mental han cesado. Sus efectos se sienten también en las siguientes generaciones - en los hijos y en los nietos.
No es necesario hablar del nivel de decepción y desamparo; de la pérdida de fé; de la rabia, la impotencia, el dolor, la confusión mental, y el profundo aislamiento para quien el dolor se convierte en la existencia misma.
Los prisioneros de Guantánamo no son las únicas personas que han sido des-amadas de esa manera. La tragedia del des-amor plaga las historias de los pueblos y las realidades de las familias, y en la lucha contra sus manifestaciones se corre el riesgo de abrazar su causa.
Es hora de regresar al corazón y asignar valor al espacio que ocupa en nuestras vidas el amor y la construcción de paz, como un espacio digno de existir, de ser cultivado y fortalecido, en nuestros pensamientos, en nuestras acciones y en nuestros sentimientos. Que ese amor se manifieste en el aprecio, el cuido y el cariño que damos a nuestro propio ser, y a aquellos y aquello que nos rodea. Un acto de amor es redescubrir las múltiples posibles manifestaciones del amor: amor como acción, sentimiento y motivación.
No sólo tendremos incidencia sobre un mundo menos violento y cruel, sino que nuestros días serán más placenteros.
jueves, 8 de enero de 2009
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