A mi lado estaba una señora joven, con su hijita de unos 3 ó 4 años. La mamá usaba una computadora en el internet café y la bebita se entretenía a su lado solita con sus cosas. Tras una media hora, la niña empezó a impacientarse y a pedirle que se fueran.
“Ya casi nos vamos… dame un chancecito, … ya termino”, le contesta la mamá y el gesto de su cara denota su preocupación cuando apresura sus dedos sobre el teclado.
La bebita espera un rato más en silencio, pero su cuerpo habla por sí solo. Las manitas se mueven de un lado a otro, y las piernitas se acomodan y reacomodan en la silla.
Yo veo subir la tensión. Conozco el camino de la violencia. Me pregunto qué puedo hacer para evitar que se desate.
Busco en mi cartera, y no encuentro nada particularmente atractivo para una pequeñita, pero se me ocurre intentar con un papel y un lápiz.
–”¿Puedo darle a ella un lápiz?”, le pregunto a la mamá. Ella sonríe y dice que sí con la cabeza, sin quitar los ojos de la pantalla ni los dedos del teclado.
–”¿te gusta dibujar?”, le pregunto a la niña.
Me dice que sí con una cara compugnida. Toma el lápiz y el papel y se pone a hacer palitos. Me pregunto si debo hacer algo más, como ponerme a dibujar con ella, pero no quiero irrumpir en el mundo de mamá-e-hija con una intervención excesiva. Además, yo también estoy ocupada.
Con el rabillo del ojo constato que la niña, en efecto se ha entretenido, y la madre puede terminar su trabajo. Al irse, la madre se despide, y yo me siento feliz!
domingo, 31 de mayo de 2009
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